La fábrica

 Primera vez que participo en uno de los retos creativos organizados por Libros.com, en esta ocasión en el denominado "Luces y sombras de medianoche".

Se podía participar en cuatro categorías: suspense, romántica, ciencia ficción y fantasía. Cada una de ellas con ciertas premisas previas, a modo de guía, proporcionadas por los organizadores. El límite máximo de los relatos es de mil palabras.

Decidí participar en la categoría de suspense, que presentaba las siguientes premisas:

"Un resplandor intermitente en una ventana solitaria, un edificio que solo cobra vida cuando el reloj marca las doce. ¿Qué secretos esconde este lugar en las horas en el que el mundo duerme?".


LA FÁBRICA

 El vagabundo deambulaba por las calles del vecindario de Hunts Points, en el sur del distrito neoyorquino del Bronx. Llevaba un viejo gorro de lana de color negro calado hasta los ojos y una vieja gabardina que en otro tiempo fue de color marrón claro, actualmente, la cantidad de suciedad que tenía la mugrienta gabardina la hacía parecer casi negra. Con el cuello de la gabardina elevado al máximo, tratando de protegerse el cuello, el hombre andaba con ciertas dificultades entre las calles del marginal vecindario. La botella que llevaba en su mano derecha, que sobresalía de una bolsa de papel, podría ser la causa de su errático deambular. Un borracho más, nada fuera de lo normal en el decorado habitual de la zona.

   Era una noche de perros, una persistente llovizna no había dejado de caer desde primera hora de la tarde y un viento glacial, proveniente de la bahía del East River, enfrente del cercano aeropuerto de La Guardia, provocaba que fueran escasos los transeúntes que se atrevieran a permanecer en la calle. Quizás los que no tenían más remedio, los que no tenían un techo donde guarecerse. La hora, cerca ya de las doce de la noche, tampoco invitaba al paseo nocturno.

      Al doblar un recodo el vagabundo se encontró ante la antigua fábrica de alimentación, abandonada hacía décadas. Un ancho edificio de ladrillo visto, de dos plantas. Las ventanas de la planta baja, así como la puerta principal de acceso, se encontraban tapiadas; las de la planta superior, rotas en su mayoría. Un último y decadente vestigio de la, entonces, floreciente industria de mediados del siglo pasado.

   El hombre bordeó el viejo edificio y se dirigió a la parte trasera, donde se encontraba la gran puerta que servía para la entrada y salida de mercancías, y otra fila de ventanas en el piso superior, igualmente acribilladas a pedradas. Consultó su reloj último modelo, le había costado más de mil dólares, y comprobó que faltaba un minuto para las doce en punto. Esperó acurrucado junto a un viejo árbol de lo que en otros tiempo había sido zona de juegos de los niños del vecindario.
   

   Cuando fueron las doce en punto, una débil luz, apenas perceptible para ojos que no anduvieran buscándola, titilaba intermitentemente en la ventana de la esquina del piso superior. El hombre se acercó a la puerta de mercancías, la cual se encontraba rota parcialmente, y se introdujo en el interior. Un vagabundo más buscando refugio en una desapacible noche.


 

Una vez en el interior el hombre se dirige, con paso firme y rápido, sin ningún signo de embriaguez, hasta un lateral de la enorme estancia. Allí, entre restos de antiguos materiales y unas cuantas maquinarias, con una cantidad de polvo y telarañas que dan fiel testimonio de que vivieron tiempos mejores, se encuentra una trampilla que solo puede ser encontrada por alguien que conozca su existencia.
   

   Abre la trampilla y unas nuevas y relucientes escaleras metálicas le conducen hasta el sótano de la antigua fábrica. Saluda al guardia de seguridad que se encuentra en su cubículo, a la izquierda, y entra en un vestuario situado a mano derecha. Se cambia rápidamente de ropa y sale con una cómoda vestimenta dispuesto a una nueva jornada de trabajo.
   

   Accede a un diáfano espacio donde se encuentran diez mesas de trabajo individuales con varios monitores cada una. Al fondo de la estancia, cubriendo toda la superficie de la pared, numerosas pantallas ofrecen distintas imágenes y agrupaciones de datos. Todo el material a la vista es de última generación teniendo un valor de varios millones de dólares, se trata de un material mucho más avanzado y sofisticado que el que pueda utilizar el Pentágono, la NSA o, incluso, la propia CIA.
   

   No en vano, este sótano ultra secreto es la base de operaciones de la UBF, Unidad de Búsqueda de Fugitivos, una unidad de élite formada por solo diez integrantes, escogidos meticulosamente entre lo más selecto de las agencias militares, de seguridad, de espionaje y contraespionaje del país. Una unidad que cuenta con el presupuesto más alto de la historia del país pero que, oficialmente, no existe. El jefe de la unidad tiene contacto directo con el Presidente y no responde ante nadie más. Su función, rastrear, localizar y vigilar a los delincuentes más importantes y peligrosos del mundo, ya sea por delitos de sangre, tráficos de drogas, de armas o de seres humanos, terroristas, genocidas, delitos macroeconómicos.
   

   Nuestro hombre se acomoda en su mesa de trabajo y se dispone a iniciar un nuevo día de trabajo, como el resto de componentes de la unidad. El trabajo comienza a medianoche y se desarrollará hasta poco antes de que comience a amanecer, entonces, de forma progresiva, y después de haber pasado de nuevo por el vestuario, una serie de vagabundos irán abandonando la vieja fábrica después de haber pasado una noche resguardados de las inclemencias meteorológicas.


819 palabras


12 comentarios:

  1. Hola Antonio, pensaba que al final lo mataban, pero no, nos has sorprendido con ese final tan curioso. Has mantenido el suspense hasta el final y nos has conducido por una idea que luego no era, muy bien tramado y narrado.
    Un abrazo. 😊

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Hola Merche, me alegra que te haya gustado. Gracias por la visita y el comentario.
      Un abrazo!

      Eliminar
  2. Nunca se descubrirá la existencia de la organización. Nadie repara en los mendigos. Es el camuflaje perfecto.

    ResponderEliminar
  3. Que susto, creí que iba a morir, pero el final ha sido fantástico. Suspense a flor de piel. Muy bueno. Te aplaudo. Un abrazo

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Nuria, me alegra que te haya gustado. Gracias por el comentario.
      Un abrazo!

      Eliminar
  4. Hola Antonio un relato muy interesante donde no se sabe muy bien de qué va la cosa pero que pica la curiosidad del que lee. Me parece muy bien ambientado y narrado. Al final creo que tu relato es perfectamente posible y debe de haber muchos edificios "abandonados" que en realidad tengan otros usos. Excelente, saludos.

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias, Ana, por tus amables palabras, y por la visita, que siempre es una alegría tenerte por aquí.
      Un saludo!

      Eliminar
  5. Un lugar y unos disfraces perfectos para trabajar en esa organización y que pasen desapercibidos, Antonio. Los pequeños detalles con que nos vas acercando a la verdadera identidad del lugar (el reloj, el caminar seguro en el interior…) nos van metiendo en situación.
    Un fuerte abrazo :-)

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Miguel Ángel. Me alegro de que te haya gustado.
      Un abrazo!

      Eliminar
  6. Antonio, me ha gustado muchísimo. Me has sorprendido. Me sentí en toda esa atmósfera y el giro que le has dado también me encantó, no lo esperaba de verdad. Me sentí como la sombra de este hombre, hubiese querido estar allí. No, ¡Estuve allí!

    Un abrazo Antonio!

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Gracias Maty. Me alegro de que te haya gustado. Gracias por tu visita y por el encantador comentario, siempre es un gusto tenerte por aquí.
      Un abrazo!

      Eliminar