Pájaros en la boca, Samanta Schweblin
Samanta Schweblin (Buenos Aires, Argentina, 1978) es una escritora traducida a más de veinticinco idiomas, además de haber sido premiada en numerosas ocasiones. Desde el año 2012 reside en Berlín donde escribe y dicta talleres literarios.
Su segundo libro de cuentos, "Pájaros en la boca" (donde se incluye el relato protagonista de esta entrada), obtuvo el Premio Casa de las Américas en 2008. En 2010 fue elegida por la revista británica Granta como una de las mejores escritoras en español menores de treinta y cinco años. Su cuento "Un hombre sin suerte" obtuvo el Premio Juan Rulfo en 2012.
En 2015 publicó su tercer libro de cuentos, "Siete casas vacías", con el que ganó el premio de Narrativa Breve Ribera del Duero. En 2018, con la novela "Distancia de rescate", obtuvo el Premio Tournament of Books como mejor libro del año publicado en Estados Unidos, y el Premio Shirley Jackson en la categoría de novela corta.
La autora ha mencionado a la tradición del fantástico rioplatense, de Adolfo Bioy Casares, Julio Cortázar, Antonio Di Benedetto y Felisberto Hernández, como una de sus tantas influencias. Asimismo, Anne Carson y Amy Hempel son consideradas por Schweblin como las escritoras contemporáneas que más le han influido.
Pájaros en la boca comienza cuando el protagonista recibe la visita de su ex-mujer, de la que lleva varios años separado. Esto le causa una gran sorpresa ya que no tienen una relación muy fluida precisamente, con independencia de tener una hija en común, Sara.
La mujer le comenta que se trata de un asunto muy importante, que tiene que hacer el favor de acompañarla a casa, que algo le pasa a su hija. En un principio reticente, el padre acaba accediendo y la acompaña.
Cuando llegan a casa de la ex-mujer se encuentran a Sara sentada en el sofá, muy erguida, con las piernas juntas y las manos apoyadas en las rodillas, mirando continuamente por la ventana al jardín. Saluda a su padre pero continúa en esa misma posición, inmóvil.
El padre, Martín, se da cuenta de que una jaula grande está colgada del techo del salón. Le pregunta a su hija de que se trata y ésta le contesta que es una jaula para pájaros. Silvia, la madre de la niña, se lleva a Martín a la cocina y le advierte para que esté preparado para lo que va a presenciar. Le dice que tiene a su hija sin comer desde el día anterior.
Regresan al salón y la madre porta una caja de cartón, como la de los zapatos, troquelada por una serie de agujeros. Se dirige a la jaula, saca un pequeño pájaro de la caja, como un gorrión pequeño, y lo introduce en la jaula. Vuelve al sofá.
Inmediatamente, Sara se levanta y se acerca hasta la puerta de la jaula, atrapa al pajarillo y, después de unos segundos de forcejeo, el ruido cesa y la niña se da la vuelta. Parte de la cara, el mentón, la boca...están ensangrentados. ¡La niña come pájaros!
Mientras Martín acudía raudo al baño a vomitar, teniendo la intención de marcharse lo más rápidamente posible una vez hubiera terminado, su ex-mujer se le había adelantado y había metido a la niña en el asiento del acompañante del coche de su ex-marido, incluso le había cargado la jaula. Le dice que se lleve a su hija.
Se instalan en la casa de Martín y éste pasa los días pensando en el trastorno de su hija y en que podría o debería hacer. Mientras, ella se limitaba a pasar las horas muertas en la misma posición erguida que mantenía cuando estaba en casa de su madre. Un día apareció la madre con cuatro o cinco cajas de cartón troqueladas, las dejó junto a la puerta de entrada, dijo que ella se encargaba de todo.
Cuando Martín regresaba del trabajo preparaba la cena para los dos, llevándola al salón en sendas bandejas. La de Sara siempre quedaba intacta. Entonces la niña pedía permiso y subía a su habitación. Los primeros días Martín bajaba el volumen del televisor y podía oír unos pequeños chillidos y después abrirse la puerta del cuarto de baño y el sonido del agua corriendo.
Un día Silvia llamó por teléfono diciendo que se encontraba mal y que, durante unos días, no podría visitarlos. Inmediatamente Martín comprendió que eso significaba que no podría llevarles más cajas troqueladas.
La niña comienza a estar más alterada conforme pasan los días. Martín la oye todas las noches paseando inquieta por su habitación (el padre duerme en el piso de abajo). Además, el aspecto físico y la salud de la niña comienzan a deteriorarse.
Si queréis conocer, llegado este punto, queridos lectores/as, como termina este inquietante cuento, disponéis de las siguientes opciones:
Podcast Cuentos de la Casa de la Bruja (formato audio)
www.elboomeran.com (formato pdf)
¡Hola! Tengo mucha curiosidad por saber cómo termina este cuento y con ganas de conocer y disfrutar de la pluma de la autora, que no conocía. Gracias por tan buena reseña. ¡Besos!
ResponderEliminarHola Marita! Muchas gracias por tu visita y el comentario. Es una autora que tampoco conocía, pero creo que buscaré algo más de ella porque parece una autora interesante.
EliminarUn beso!
Hola Antonio, me lo apunto para escuchar, me ha llamado la atención el podcast. Gracias.
ResponderEliminarUn abrazo. :)
De nada Merche. Espero que te guste.
EliminarUn abrazo!
Mira, justo me entraron ganas de leer algo de Schweblin por Sant Jordi, pero no sé por qué no encontré nada, así que ahora que me la has recordado, creo que la tendré en cuenta para mi razzia de antes de verano que toca pasar por librerías...
ResponderEliminarHola César!
EliminarMe alegra haberte sido "de utilidad". Yo era la primera vez que leo a esta autora, y me ha dejado con ganas de más. Gracias por la visita y el comentario.
Un saludo!
Hola, Antonio.
ResponderEliminarUna autora interesante y un relato muy particular que no habría llegado a leer si no fuera por tu capacidad de convicción. En un relato tan extraño, me quedo con lo que llegan/llegamos a hacer los padres.
Un fuerte abrazo :-)
Hola Miguel Ángel!
EliminarDudé un poco a la hora de hacer la reseña, no sabía si hacerla o no, porque la lectura del relato podría ser "fuerte" para algunas personas; pero como me gustó, lo reseñé. Y llevas toda la razón, los que somos padres haríamos cualquier cosa por nuestros hijos.
Un abrazo!