La buena receta - Quinta parte...el desenlace (5/5)

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DESENLACE


Han pasado unas cuantas horas, no sabría decir cuantas exactamente, me despierto en una vieja silla de escritorio, con la tela raída y manchas de grasa por todas partes. La mala postura me ha dejado el cuerpo algo dolorido. Huele a cerrado, a polvo, a rastros de grasas y aceites. Creo que me ha despertado como un ruido de cadenas.

   Efectivamente, ha sido eso. Me acerco y veo que el niñato también está despierto. Cuando lo haya hecho se habrá llevado una buena sorpresa, se habrá visto atado y amordazado, en posición horizontal mirando hacia abajo, colgado del extremo de una cadena y elevado del suelo por medio de una de esas pequeñas grúas que se utilizan en los talleres para mover los motores de los vehículos. Intenta realizar algún movimiento, decir alguna palabra, pero no tiene ninguna posibilidad. Eso sí, los ojos parece que van a salírsele de las órbitas.

   Cuando le dije al viejo Ray que quería alquilarle el garaje se quedó muy sorprendido, pero cuando le pagué un par de mensualidades por anticipado no es que hiciera muchas preguntas. Gracias a algún dinero que tenía ahorrado puede alquilar, también, la grúa, y comprar el resto de materiales que necesitaba. Dinero bien invertido, sin duda, había merecido la pena.

   Lo que más me costó encontrar fueron los recipientes. Tuve que ir hasta Bangor, ciento diez millas de ida y otras tantas de vuelta, a una fábrica de bañeras. Los convencí de que me dejaran a buen precio un par de las que ellos desechan por tener fallos en la fabricación. Me aseguré de que fueran del tamaño necesario.

   De tal manera que ahora tengo las dos bañeras situadas en el centro del garaje. Una, con el rebozado especial de harina y especias. La verdad es que tuve que hacer bastante rebozado para llenar la bañera hasta la altura deseada. Y otra con aceite a su temperatura idónea gracias al trabajo de los quemadores que coloqué debajo, que ahora funcionan a su máxima potencia.

   


Me acerco a la grúa. El niñato intenta de nuevo patalear y gemir, ahora no se le ve tan gallito como en el restaurante. Abro un bidón y, con la brocha más grande que pude encontrar en la ferretería, comienzo a embardunar a “mi pieza” con la deliciosa salsa de marinado.

   A continuación, manipulo la grúa para dejarlo justo encima de la bañera del rebozado. Lo dejo caer encima y me acerco a la bañera rápidamente, no se me vaya a ahogar, no sería lo que se merece. Con ambas manos le extiendo una capa generosa de rebozado por encima.

   Cuando lo elevo me mira con una expresión en sus ojos que quiere decir, me imagino, que estoy completamente loco, que lo baje inmediatamente. Pero lo que no sabe es que está preparado para el último paso.

   Muevo de nuevo la grúa y lo coloco ahora encima del aceite hirviendo. Está a su temperatura ideal, el producto final va a ser más que satisfactorio. Hace un último intento por patalear, por desatarse, por liberarse, por pedir auxilio…no tiene nada que hacer. Sus ojos, ahora sí, muestran un miedo como, seguramente, nadie habrá experimentado nunca antes.

   —Bueno, niñato, ahora vas a saber en carne propia, nunca mejor dicho, lo que es un buen cocinado —le digo, soltando la cadena.


CUATRO AÑOS DESPUÉS

JACKSONVILLE (ESTADO DE FLORIDA)

INSTALACIONES DEL FORENSE DEL CONDADO

 

   —Doctor Benson…

   —Inspector Rogers…

   —¿Qué tenemos aquí? —preguntó el inspector tapándose la boca y la nariz con un pañuelo.

   —La encontraron esta madrugada, en un arcén de la carretera treinta y ocho, saliendo de la ciudad, junto a unos arbustos. Mujer, de entre cuarenta y cuarenta y cinco años diría yo.

   —¿Hora de la muerte aproximada?

   —Pues es difícil de decir, dado el estado en que se encuentra —contestó el doctor.

   —Imagino que el fuego destruye muchos indicios.

   —No se encuentra calcinada por el fuego, inspector. Más bien se trata de aceite, a falta de los resultados del laboratorio.

   —¡No me diga que le tiraron aceite hirviendo! —exclamó el inspector, asombrado, acercándose un poco más a la mesa de autopsias.

   —Pues no le diría eso, Rogers. Aunque parezca de lo más asombroso…diría que la han sumergido en aceite hirviendo, más bien.

   —¡Madre de Dios!, ¿Qué enfermo podría llegar a hacer una cosa así?

   —No terminan aquí las sorpresas —dijo el doctor mientras se dirigía a una mesita auxiliar que se encontraba a su derecha—, mire lo que tengo en esta bandeja.

   —¿De qué se trata, doctor?

   —Lo tenía pegado por diversas partes del cuerpo. ¡Es la primera vez que me encuentro esto en mis treinta años de carrera! Yo diría que es como el rebozado que se utiliza para empanar o freír carne.



FIN


2 comentarios:

  1. Ahora que estoy volviendo a ver Dexter, me ha recordado mucho este final. Muy chulo el relato... Felicidades!!

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    1. Gracias César,
      Me alegro de que te haya gustado. Casualmente, los sábados por la noche nos reunimos mi mujer, mi hijo y yo para ver series mientras cenamos pizzas...yo ya la había visto pero estamos viendo Dexter, también. Muy buena serie, por cierto.
      Un abrazo.

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