La buena receta - Cuarta parte (4/5)

 Entregas previas:

Primera parte

Segunda parte

Tercera parte

CUARTA PARTE


Todo se precipitó una calurosa tarde de finales de julio, o principios de agosto, creo…es igual. Por la hora que era, los clientes que en ese momento se encontraban en el restaurante serían los últimos del turno del mediodía.

   De vez en cuando suelo asomarme para echar un vistazo a la zona de las mesas. Me gusta saber si el restaurante está muy lleno y, por lo tanto, van a llegar muchas comandas; y también me gusta ver a la gente disfrutando con la comida.

   Esa tarde estaba el grupo de tocapelotas que suelen venir, sin falta, una vez por semana. Son un grupo de chicos del instituto, cinco o seis, que no paran de armar algo de jaleo cada vez que vienen, incluso, en alguna ocasión, el gerente les ha tenido que llamar la atención. Suele llevar la voz cantante un gilipollas de pelo rubio con pinta de ser el capitán del equipo de fútbol.

   Pues el gilipollas del pelo rubio no tuvo otra ocurrencia, cuando terminaron de comer, que acercarse al mostrador y empezar a pegar gritos:

   —¡Eeeeh! ¿Dónde está el encargado? ¡Eeeeh!

   —¿Qué ocurre, señor? No son necesarios estos gritos —le dijo el gerente, acudiendo a la carrera.

   —Quiero quejarme de que la comida de hoy ha sido una puta mierda —añadió el niñato con voz demasiado alta todavía.

   —Bueno, tranquilícese señor. Tenemos a su disposición hojas de reclamaciones si lo desea —le explicó el gerente.

   —Bah, podéis limpiaros el culo con las hojas esas —dijo el niñato a la vez que hacía un gesto despectivo con la mano, dándose media vuelta para dirigirse al grupo de amigotes que esperaban riéndose a más no poder.

   Se marcharon, felicitándose entre todos por el espectáculo que acababan de ofrecer y lo bien que se lo habían pasado.

   No me enfado, no protesto, no maldigo, no tiro nada al suelo. Es más, me acerco al gerente, que se había quedado un poco nervioso tras el incidente, para tranquilizarlo. Le digo que no se preocupe, que no haga caso, que cualquiera podemos encontrarnos con indeseables como esos.

    Me pido tres días libres el fin de semana siguiente. Hace años que no pido días, no recuerdo cuando fue la última vez. El gerente me los concede sin ponerme ninguna pega, sobre todo después de haberle consolado tras el incidente.

   Se que acudirán el viernes o el sábado, en muy raras ocasiones lo hacen los domingos. Preferentemente por la noche, aunque a veces es al mediodía, como el fatídico día, depende también de los horarios de sus partidos.

   Es viernes al mediodía, aparco mi camioneta en una esquina del estacionamiento del centro comercial, y comienzo a esperar. Estoy bien surtido de cervezas y alguna cosa para comer. La radio me tendrá entretenido, entre la música y los programas deportivos. No tengo prisa…ninguna prisa.

   


Dicen que el hombre es una animal de costumbres, como todos los dichos y refranes, es cierto. Son sobre las nueve, o nueve y media, de la noche cuando aparecen por el aparcamiento. Dos vehículos, dos grupitos. Unos en una camioneta último modelo, y otros en el deportivo del gilipollas del capitán. Regalitos de papá, sin duda. ¡Pijos de mierda!

   Abandonan el centro comercial cerca de la una de la madrugada. Me encuentro algo cansado después de tanto tiempo de espera y, por qué no decirlo, algo achispado por el efecto de la cerveza, pero para nada borracho. Salen del aparcamiento y me incorporo al escaso tráfico siguiendo el coche del “rubito”.

   Realizó un par de paradas para dejar a algunos de sus amigotes en sus casas hasta que llegó a la suya, en una de las zonas más residenciales de las afueras del pueblo. Como estaba dejando bastante distancia entre su coche y mi vieja camioneta, cuando veo que se encienden sus luces de freno y se detiene, paro inmediatamente y apago el motor, quedándome en la parte inferior de la calle, a una distancia suficiente para que el niñato no se hubiera enterado de nada.

   Bajo de la camioneta con una palanca de hierro, que siempre llevo, en la mano. Me apresuro a subir por la calle procurando ocultarme entre las sombras. A estas horas la calle está desierta, incluso en las casas apenas se nota actividad alguna, a pesar de que unas pocas luces están encendidas. Me acerco cada vez más al coche, él todavía se encuentra dentro. Noto que mi corazón comienza a latir más rápido. Aprieto mi mano derecha, como si quisiera romper la barra que sujeta.

   El niñato baja del coche y se dirige a la puerta del garaje, supongo que para abrir la puerta y meter el coche dentro. Es el momento. Cuando llega a la puerta, aparezco por detrás y le pego fuerte con la barra en la cabeza. Se queda medio aturdido y aprovecho para ponerle en la nariz un trapo con un poco de cloroformo. Necesito que esté quieto mientras termino el trabajo. Lo arrastró detrás de unos setos para que nadie pueda verlo mientras voy a por la camioneta.

   Lo cargo en la parte trasera y salgo rápidamente, pero sin llamar la atención, de la zona residencial. Ya en un lugar más apartado me dedico a atarlo y amordazarlo convenientemente.



Continuará...

2 comentarios: