La buena receta - Segunda parte (2/5)

 Nuevo miércoles...por lo tanto nueva entrega de "La buena receta", mi relato más extenso que estoy publicando por partes, tal y como expliqué en la primera entrada de la serie.

Evidentemente, imprescindible o recomendable leer la primera entrega para entender el contexto, os dejo el enlace:

"La buena receta" (primera parte)

Espero que os guste esta segunda parte...

SEGUNDA PARTE

   Son las once y media de la noche, he terminado mi jornada y me marcho a casa. Subo en mi vieja camioneta, heredada de mi padre, me quedé con ella cuando él murió. Recorro las calles de la ciudad, a estas horas casi desiertas, es tarde y día laborable.

   Vivo en la casa que era de mis padres, donde crecí. Está casi tan vieja como la camioneta, o más, pero para mí es suficiente. Apenas tiene gastos y no tengo necesidad de invertir en ella. Tiene una sola planta con dos habitaciones, solo necesito una para dormir, un pequeño salón y una cocina más pequeña todavía, en la cual solo suelo utilizar la nevera y el microondas. En la parte delantera unos pocos metros cuadrados de tierra removida, hierbajos secos y restos de plantas hace tiempo abandonadas. Como trastero utilizo un destartalado garaje adosado a la casa, aunque siempre me he preguntado si cabría un coche dentro, que cualquier día se viene abajo.

   Me abro una Coors Banquet y meto un recipiente de comida preparada en el microondas. Tengo suerte, en la televisión están dando un partido de la NFL, me gusta mucho el fútbol americano. Prácticamente es lo único que veo en televisión, fútbol y programas de cocina, ya sean concursos o realities donde un puñado de estúpidos participantes se atreven a intentar realizar algún plato decente, como programas de reputados chefs donde nada más que saben hacer delicatessen que dejan a los clientes con hambre, como el de Matthew Scott.

    


Han pasado dos semanas, es mediodía, me encuentro en plena jornada de trabajo. El restaurante no es muy grande, por lo que desde la zona de la cocina se puede oír casi todo lo que se pide en el mostrador de atención al público. En un momento dado, cuando estoy apartando un puñado de tiras de pollo para introducirlas en el marinado, oigo que alguien dice, un poco enfadado, a la chica que atiende el mostrador…

   —Quiero hablar con el encargado.

    —Enseguida señor —contesta la chica.

   Llaman a Jim Campbell, nuestro gerente, que en ese momento se encontraba en el almacén, haciendo inventario de una serie de artículos. Campbell es un joven sabelotodo de veintiséis años que quiere hacer carrera dentro de la cadena. Sus intenciones son hacer méritos para ser trasladado a otros restaurantes más grandes, y de mayor importancia, y así sucesivamente. Eso, al menos, me comentó un día durante un pequeño descanso que tuvimos.

   —Dígame señor, ¿en qué puedo ayudarle?

   —Mire, joven, quiero quejarme porque el rebozado de las tiras que nos han servido nos parece que no está muy bien hecho. Solemos venir casi una vez por semana, pero hoy no nos está gustando la comida.

   Cuando lo oigo me asomo un momento. Veo que es un hombre bajito, calvo y algo rechoncho. Se ha debido de levantar de una mesa cercana al mostrador donde esperan una mujer, también bajita y rechoncha, y dos niños que, seguro que no crecerán mucho, además de terminar rechonchos y calvos. Debe ser esa mesa porque la mujer y los niños están mirando atentamente.

   —Lo siento señor, ¿quiere qué se lo cambiemos por un nuevo pedido?

   —No hace falta. Ya nos las hemos comido. Era solo para que lo supiera.

   —Está bien, señor. Hablaré con el cocinero. Muchas gracias.

   No me lo puedo creer. Se han puesto como cerdos comiéndose las alitas y las tiras, y cuando terminan… ¡vienen a quejarse del rebozado! ¡Malditos tocapelotas! Tengo un puñado de tiras de pollo en la mano que lanzo al suelo con furia, estoy muy cabreado, a la vez que golpeo sin querer una de las bandejas metálicas, que se encontraba escurriendo después de haber sido fregada, cayendo al suelo produciendo mucho ruido.

   En ese momento aparece Jim y ve, aparte de la bandeja caída, las tiras desparramadas por el suelo.

   —Peter, ¿Qué ha ocurrido aquí?

   —¡Ese tío era un gilipollas!

   —Peter, no puedes ponerte así porque alguien se queje. Nuestra obligación es escucharlos y atenderlos. Ya se sabe eso de que “el cliente siempre tiene razón”.

   —¡Y una mierda! ¡Qué sabrán esos paletos de cocinar!

   —Vamos, Peter, recoge todo esto. Y respecto a las tiras desperdiciadas, que no vuelva a ocurrir, ¿entendido? La materia prima no se puede desperdiciar, de lo contrario no salen los números —me dice el encargado dándose media vuelta para volver al almacén.

   Materia prima, materia prima… ¡te metía la materia prima por el culo!, pienso para mí mismo.

   Ya me han jodido el día. Estoy deseando terminar el turno. No puedo quitarme esta mierda de la cabeza durante el resto de la jornada. Cuando llego a casa no tengo ganas de cenar, eso sí, en lugar de una Coors me bebo cuatro, a ver si me quedo dormido en el sillón y se acaba este puto día.


Continuará...

3 comentarios:

  1. Hola, Antonio.
    No decae el ritmo del relato. Sigo pendiente de la comunicación. Enhorabuena.
    Un fuerte abrazo :-)

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    1. Hola Miguel Ángel,
      Gracias por tu visita y el comentario. Hace casi un mes que publiqué esta segunda parte y, como puedes ver, eres el único que se ha "molestado" en contestar. Estoy bastante desilusionado ya que veo que no ha tenido ninguna repercusión, por lo que no creo que siga publicando. Si es de tu interés, puedo enviarte el relato completo por correo.
      Un fuerte abrazo y gracias por estar siempre ahí.

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  2. Hola, Antonio, escribes con tanto detalle que seguimos las inquietudes y andanzas de Peter como si fuéramos su sombra. Un placer de lectura.
    ¡Un abrazo!

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